“SOLILOQUIO FINAL DEL AMANTE INTERIOR” de Wallace Stevens (Versión de Aleqs Garrigóz) (Publicado en Filopóiesis: Santiago, Chile; enero, 2023)

Se enciende la primera luz de la tarde, como en una habitación
en la que descansamos y, por una pequeña razón, pensamos
que el mundo imaginado es el bien supremo.

Ésta es, por tanto, la cita más intensa.
Es en ese pensamiento que nos recogemos,
fuera de todas las indiferencias, en una cosa:

dentro de una sencilla cosa, un solo manto
envuelto apretadamente a nuestro alrededor, pues somos pobres, un calor,
una luz, un poder, la milagrosa influencia.

Aquí, ahora, nos olvidamos uno del otro y de nosotros mismos.
Sentimos la oscuridad de un orden, de un todo,
un saber, el que dispuso la cita.

Dentro de su límite vital, en la mente,
decimos que Dios y la imaginación son uno…
Cuán alto esa más alta vela ilumina la oscuridad.

Fuera de esta misma luz, fuera de la mente central,
hacemos una morada en el aire de la tarde,
En el que estar allí juntos es suficiente.

“OCASO” de Elliott Freed (Versión de Aleqs Garrigóz

Había un hombre joven, o tal vez era un muchacho. No tenía mucho. Unos pocos libros, un par de calcetines limpios y una cobija para cubrirse por las noches. Pero él sabía que iba a estar bien. Sabía que el mundo es un buen lugar. Lo podía decir por lo que vio a su alrededor. Vio niños tiernos jugando y riendo. Sabía que había esperanza. Él era inocente. Oh, él había visto el dolor, y aun había sido herido. Pero mientras caminaba, él se pararía a ver una abeja, una roca, un ocaso. Y el sabría que el mundo está lleno de belleza.

Mientras caminaba, pasaría campos de mostaza y penetraría en su picante, amarga esencia. Podría permanecer por días en ellos; oliendo los campos amarillos, el cielo azul. Él pasó a través de las ciudades y se sentó en las cafeterías y miró a la gente jugar con sus juguetes, sus teléfonos celulares, instrumentos musicales, y escobas.

Un día, el caminó dentro de una villa. Era la villa más hermosa que había visto. Él pudo caminar a lo largo de las playas arenosas, que se estiraban por millas, y escuchar el océano estrellándose contra la tierra. Él pudo caminar hacia las montañas y mirar el océano allá abajo; y los tejados con sus azulejos españoles, y sus chimeneas. Él pudo beber de las corrientes, y correr a través de los prados con ardillas rayadas y conejos. La gente en la villa era calida con él. Todo lo que tenía que hacer era frotarse el vientre, o extender la mano para que alguien le diera una manzana, una pieza de pan, algo de queso. Él podía decir que el mundo era un lugar cálido.

Lentamente, los días se volvieron más cortos. La gente sonría un poco menos. Las nubes empezaron a cubrir el celo, y una noche llovió. El joven se enroscó bajo un árbol, abrazando sus rodillas a su pecho, cubriéndose con su cobija. Cuando despertó a la mañana siguiente, sus pies desnudos reposaban en un charco de fango, y su cobija y su cuerpo estaban empapadísimos. Estornudó y su nariz se corrió. Vio un pájaro en el árbol que se alzaba sobre su cabeza, gorgojeando una vacilante canción. El chico supo que esa era una canción de esperanza y de amor. Y sabía que el mundo era bueno.

Ese día el sol no brilló, pero las nubes grises eran tan hermosas como un cielo brillante y azul. El chico no quiso ir a las montañas. No quiso ir al océano. Él quiso sentarse bajo el árbol y oír a los pájaros cantar, y ver las hojas caer. Quiso mirar el cielo azul. Las nubes tenían tonos sombríos muy diferentes. Había oscuros, grises pasionales, medios, el gris de las amas de casa ancianas; y había un claro, blanco virginal.

A última hora de la tarde, mientras los transeúntes se internaban puertas adentro, y el aire se empezó a enfriar las nubes empezaron a adelgazarse en el horizonte occidental, y el chico pudo ver el cielo lleno de truenos donde el sol había estado. Las nubes eran hermosas. Flamas se disparaban del horizonte, colorando el cielo en sangre, en lujuria y en naranja. Era una vista tan impresionante que el muchacho estuvo seguro que no había visto nada tan glorioso en toda su vida.

Mientras el muchacho miraba las últimas flamas del día menguar más allá del cielo, se tendió y pronto se quedó dormido, recargado contra el árbol. El cielo claro y las estrellas brillaron fuertemente sobre el muchacho a través del aire limpio y crujiente. Se durmió lleno de paz.

La mañana siguiente, los transeúntes prestaron poca atención al muchacho apoyado contra el árbol congelado. La mayoría iban a trabajar, o la escuela; mientras otros estaban afuera solo para respirar el aire que es tan fresco después de una primera lluvia.